Durante siete millones años el ser humano caminó por la tierra recolectando y cazando para sobrevivir. Nunca permaneció en un mismo lugar, pero hace tan solo 5 mil años, pasó algo extraordinario, ellos decidieron permanecer en un mismo sitio, porque habían descubierto la agricultura, habían descubierto el huerto.
Nadie pudo imaginar que esta decisión se transformaría en uno de los descubrimientos más importantes de la humanidad: las ciudades. Antes de inventar la escritura, antes de inventar la navegación por los océanos, habían creado una nave mucho mejor, que les permitiría viajar por el tiempo, la tecnología, el conocimiento y las artes. En otras palabras, viajar en la evolución.
En un principio estas naves, llamadas ciudades, eran pequeñas y frágiles, pero rápidamente surgieron grandes estructuras, edificaciones, templos, mercados, monumentos y las primeras industrias, que las hicieron más robustas y, también, exitosas.
El éxito de las ciudades fue tal, que éstas se expandieron por todos los rincones de la tierra, incluso a lugares tan inhóspitos como la Patagonia, donde nací y crecí.
Pronto, dos tercios de la humanidad vivirá en ciudades y cada semana migran a ellas 3 millones de personas, que buscan encontrar mejores oportunidades para vivir.
Siempre me ha intrigado el misterio del éxito de las ciudades. Creo que parte de éste, está en que en ellas nada nunca fue casual, ni la más simple decisión de alguien o de cualquiera; donde poner una casa, donde construir un templo, trazar una calle o donde ubicar una fortificación. “Nunca nada fue casual”. El desarrollo de las ciudades y su evolución expresa nuestra extraordinaria capacidad de organización, de ponernos de acuerdo en una idea, en un plan o, más bien, en una carta de navegación.
Pero organizar las ciudades es cada día más difícil y complejo, y hace no mucho tiempo se decidió que la mejor forma de organizar las ciudades sería organizando nuestras vidas y fragmentando nuestra rutina diaria. Debimos empezar a vivir en un lugar distinto de donde trabajábamos, hacer las comprar o el deporte en otro. Siempre moviéndonos de un lugar a otro sin cesar. Y es realmente paradójico, volvimos a ser nómadas como nuestros ancestros hace 5 mil años.
Esto no paso hace mucho tiempo. Mi abuelo José era relojero. Recuerdo que cuando lo visitaba estaba siempre trabajando en su taller en el mismo lugar donde atendía a sus clientes. Había una pequeña puerta a un costado, cuando se abría, aparecía un mundo maravilloso, un pequeño salón que era el living de su casa, más allá un comedor, luego los dormitorios, la cocina y finalmente un jardín con un huerto. O sea, mi abuelo José tenía en un mismo lugar todo lo que necesitaba para vivir y ser feliz. Mi padre ya no pudo hacer lo mismo, aunque caminaba para llegar a su trabajo. El huerto ya no fue tan importante, porque se había reemplazado por el supermercado a diez cuadras de la casa.
En mi caso, debo viajar cada día más de 30 minutos para llegar a la universidad donde trabajo, pero eso sólo si tengo la suerte de no caer en un atasco. Me pregunto, si esto va en aumento ¿Cuánto tiempo deberán recorrer mis hijos en el futuro para sobrevivir en la ciudad?
Imagínate tú, yo y millones de personas moviéndose todo el día de un lugar a otro en las ciudades. Es un verdadero problema que puede ser un caos. Bueno, para ello encontramos una solución, estamos fabricando 97 millones de automóviles al año.
Esto ha traído enormes consecuencias para el planeta. La mayoría de los gases de efecto invernadero lo producen las ciudades, ellas consumen el 80% de la energía del planeta, y a pesar de esto, no logran resolver la precariedad de millones de personas. En promedio, una de cada tres casas en las ciudades del mundo son “Chabolas” sin suministro de agua.
Pareciera ser que esta maravillosa nave de la evolución llamada ciudad, podría llevarnos a la extinción y lo peor de todo está aún por venir, estamos a punto de enfrentar una de las tormentas más grande de la historia de la civilización: el Cambio Climático.
Entonces, si sabemos que enfrentaremos esa terrible tormenta, lo más razonable sería girar el timón de nuestras naves y cambiar el rumo. Esto no será nada fácil porque nuestras naves son grandes y pesadas, pero tenemos una oportunidad. Primero, debemos asumir que todos somos parte de una tripulación y tenemos un rol en la ciudad. Segundo, no podemos dejar a nadie atrás, eso dicta el código de honor de un buen navegante. Tercero, debemos elegir al mejor capitán que dirija nuestras naves a un puerto seguro. Y cuarto, y lo más importante de todo, necesitamos una buena carta de navegación, para encontrar la ruta más corta a nuestros destinos.
Entonces que nuestra nueva carta de navegación no siga construyendo más autopistas para llegar más y más lejos, sino barrios caminables, que nos permitan encontrar el camino más corto el atajo al colegio, a la plaza, al almacén de la esquina o al huerto del abuelo.
Tú, igual que yo, podemos dejar el auto y caminar o usa el transporte público. Tú, igual que yo, podemos conocer mejor a nuestros vecinos y organizarnos como una comunidad empoderada. Tú, igual que yo, podemos ser parte de la tripulación que cambie el rumbo de esta maravillosa nave llamada ciudad, para que nuestros hijos puedan seguir viajando en el tiempo y en la evolución.