Qué error fue pensar que en Chile faltaba participación social. La desmotivación o carencia que se veía era en las instancias institucionales o acciones típicas de una democracia representativa, como las elecciones. Quizás nos equivocamos de escala de observación. Si miramos el barrio, los territorios, donde se juega lo local, hay mucha intervención de las personas en la toma de decisiones que, incluso, adquiere más sentido porque son espacios donde se construye el habitar cotidiano y lo que se determina ahí, sí acaba influyendo, directamente, en el desarrollo de las personas y su calidad de vida.
Hoy más que nunca se debería decir que la crisis de este sistema se debe, entre muchos otros factores, a su poca legitimidad, confianza y representatividad, pero no porque las personas no querían o no estaban interesadas en participar, sino porque las instancias que se ofrecían eran insuficientes, carecían de sentido o porque simplemente la incidencia que tenían para cambiar las cosas era mínima.
Este escenario nos hace repensar la forma de organización actual del Estado para poder avanzar hacia una democracia participativa, donde cada persona pueda incidir en la toma de decisiones de los temas que le afectan directamente a su vida. Eso implica que el mecanismo para lograrlo requiere que las opiniones de todas y todos, y que las decisiones del modo de vida y de habitar no sean solo consideradas, sino también vinculantes.
Hay que avanzar hasta hacerse cargo de temas como la discriminación, la falta de reconocimiento, el maltrato o la dificultad de convivir, y para ello es necesario, como condición mínima, trabajar con todas y todos, pero especialmente con quienes han sido históricamente excluidos e invisibilizados.
Lo anterior solo se sustenta en la medida que exista una real distribución del poder y asumamos que las personas que viven en el territorio son las expertas en sus temas, y no como está concebido en el sistema actual, donde son otros “los expertos” quienes toman las decisiones. A pesar de los desarrollos normativos en materias de participación ciudadana en Chile -como la ley Nº 20.500-, el informe presentado por el Consejo Nacional de Participación Ciudadana (2017) indica que el involucramiento activo de las personas en los procesos de toma de decisiones públicas es débil y poco responde a la diversidad de las dinámicas de acción colectiva que se producen en los territorios. Incluso, se podría decir que las que existen son percibidas como instancias utilitaristas y solo consultivas, lo que termina acentuando frustraciones en las personas que deciden participar.
En la institucionalidad urbana, desde la creación en el 2014 de la Política Nacional de Desarrollo Urbano (PNUD), se define la participación ciudadana como “el derecho de las personas a involucrarse en la construcción del lugar donde habitan o aspiran a habitar. La institucionalidad debe garantizar dicha dimensión fundamental del desarrollo urbano sustentable”, y en el pilar de Institucionalidad y Gobernanza menciona diversas medidas que apuntan a lograr una participación ciudadana efectiva, velando para que sea institucionalizada, financiada, temprana, informada y responsable.
Sin embargo, esto no ha sido suficiente, pues se requiere voluntad, compromiso y mecanismos efectivos para que la incidencia de las personas sea deliberativa y vinculante en sus territorios. Para ello, desde Fundación Urbanismo Social proponemos que se incorpore el “Derecho a la participación” en la Constitución, que sea vea plasmando en un enfoque de derecho en políticas públicas, promoviendo el involucramiento activo de los sectores históricamente excluidos en su diseño e implementación. No hay que entender a las familias como objetos de la política pública, sino que, como sujetos de derechos, actores y protagonistas de los procesos de construcción social del territorio, así como de la producción del hábitat y de sus modos de vida.
“Nunca más sin nosotros (as)” es una consigna que se lee y escucha en los muros de las calles, y hay que hacerle frente, con responsabilidad y compromiso. Hoy más que nunca debemos dejar atrás el miedo a que sean las propias personas las que trabajen y decidan por el espacio común que habitamos.