El 5 de noviembre se confirmó la noticia: Roberto Burdiles, decano de la facultad de Arquitectura, Construcción y Diseño de la Universidad del Bíobío se convertía en el nuevo consejero CNDU con uno de los cupos correspondientes a las universidades, el que obtuvo en una reñida votación donde sus mismos pares que también se habían postulado, lo eligieron como su representante.
—Yo veo que el consejo es una oportunidad para intentar avanzar en el proceso de descentralización— dice desde Concepción, ciudad a la que llegó hace más de 35 años, donde actualmente reside.
Para él, la inequidad y la exclusión no son fenómenos exclusivos de las grandes urbes. Explica que estos problemas también se dan en los poblados más pequeños, y que una de sus misiones será, precisamente, lograr que la gente entienda que existen escalas distintas que deberían estar representadas a la hora de tratar las problemáticas de nuestras ciudades a nivel de Estado.
—En temas como ese, que están abordados en la Política Nacional de Desarrollo Urbano, es donde usted quiere poner énfasis, imagino.
—Tal cual. Yo pienso que todos los temas importantes están planteados en la Política, en los grupos de trabajo, y en los ejes temáticos que se han presentado. Lo importante es que la mirada no sea siempre desde las grandes urbes. Uno entiende que las ciudades grandes probablemente tienen, a veces, mayores urgencias desde el punto de vista de la importancia de los fenómenos y del impacto que tienen sobre la noticia, o sobre la contingencia. Pero eso no significa que esto no sea también lo que sucede en los pequeños poblados o en las pequeñas urbes. Mi idea como consejero es estar pendiente de ir ampliando la mirada, con una mirada un poquito más inclusiva. Y, por otro lado, mi idea es poder hacer partícipe de los grupos de trabajo a otras voces que puedan enriquecer el diálogo y la mirada.
—¿En cuáles voces ha pensado?
—Yo estoy representando a la academia, por lo tanto, mi primera idea es incorporar en los grupos de trabajos a universidades que podrían estar aportando desde sus pericias, ya sea medio ambiente, patrimonio, movilidad… Si hablamos de movilidad no podemos hablar sólo del Transantiago, del metro de Valparaíso, o de Concepción. Es nuestro deber también hablar de las redes y del impacto que tiene la movilidad para otras comunidades y ciudades de otra escala, las cuales tienen sus propios problemas. Es una realidad que nuestro modelo de sociedad actual y vigente, nos guste o no nos guste, se basa en la iniciativa privada y las ciudades han acogido ese modelo. Entonces, qué es lo que pasa…
—Dígame.
—En las ciudades, el mundo de lo privado ha tenido un desarrollo explosivo, con una velocidad que no tiene el Estado para responder en el desarrollo de los espacios públicos. Quienes se preocupan del desarrollo de los espacios públicos van a la zaga, muchas veces intentando resolver lo que va generando la propia acción de los privados. Tenemos que avanzar en resolver cómo articular —y ese es uno de los objetivos que tiene la Política Nacional de Desarrollo Urbano—, a los distintos actores para que se pueda trabajar de una manera armónica. ¿Cómo lograr el equilibrio necesario para que los intereses de la sociedad se vean representados en las políticas de desarrollo urbano? Tenemos problemas serios con el problema de la densidad, con el tema de la participación efectiva, en la construcción de mecanismos de participación para que no estemos en una permanente confrontación y se dé esa polarización entre el interés de lo privado y el interés de las sociedades.
LA RECUPERACIÓN DEL ESPACIO PÚBLICO
—Usted ha desarrollado varios proyectos de protección del patrimonio en su región. Uno de los ejes de trabajo para este período del CNDU es, precisamente, ese. ¿Cómo buscará aportar en esta área específica?
—Mi incursión en el área del patrimonio no ha sido a través del estudio de la arquitectura y del patrimonio, sino que ha estado ligado fuertemente a ver cómo avanzar en el desarrollo de las comunidades a partir del reconocimiento del valor patrimonial que existe en las culturas locales. Mi experticia, entonces, no está en el patrimonio como área disciplinar, sino en haber buscado cómo a través del patrimonio y del reconocimiento de la identidad de los poblados, uno puede construir mecanismos de intervención para revertir procesos de deterioro en la ciudad.
—¿Tiene algún ejemplo en mente?
—Nosotros como universidad hemos participado en varias discusiones. Hay un tema en el cual hemos estado muy metidos, durante más de veinte años, que fue el proceso de reconversión de Contulmo. Ese es un buen ejemplo de cómo afecta cuando, de repente, poblados que tenían ciertas culturas y formas de vida asociadas a la tierra, a ciertos procesos productivos tradicionales se ven afectados, por ejemplo, por el monocultivo del área forestal. Entonces, claro, es nuestro deber ver cómo logramos aportar desde la academia, desde los organismos públicos, a la reconversión de estos poblados, por un lado, e intervenir allí desde la cultura local. Cuando hablamos de patrimonio no estamos hablando solamente de lo objetual que tiene la arquitectura a través de su obra, sino también del valor de las culturas locales y su forma de vida.
—En ese sentido, ¿tenemos una deuda en reconocer la identidad de los poblados?
—La identidad no es algo que se otorgue, es algo que se construye, y la construcción está basada en cómo uno articula las tradiciones, la historia de vida y la experiencia con los nuevos modelos que aparecen. Si uno piensa qué representan las ciudades hoy día, son el lugar por el cual uno pasa, en algunos casos dramáticamente, cuando se tiene que pasar una hora y media arriba de un bus, en el trayecto entre su hogar y su trabajo. Y eso ocurre porque hemos ido construyendo un sistema, una forma de vida que está atentando hasta los propios procesos de educación de las personas.
—¿Podría desarrollar esa idea?
—Cuarenta años atrás, toda la gente caminaba o vivía la ciudad. La propia ciudad era un lugar donde se daba un proceso de educación y de urbanización. Hoy podemos de construcción de viviendas y urbanización. Pero el proceso de educación cívica muchas veces se daba en lo cotidiano, en la vida en la ciudad. Hoy la sociedad en las ciudades grandes, intermedias y medianas prácticamente, tiene un tiempo muy escaso de contacto en los espacios públicos. Los espacios públicos no avanzan con la misma velocidad que las iniciativas privadas, entonces se produce ahí una disociación. El deterioro de los espacios públicos está sucediendo y es cada vez más progresivo. Entonces, claro, la ciudad contemporánea, como forma de vida, es una circulación entre ciertos ambientes de trabajo, el ambiente familiar, el de diversión, y la gente se desplaza por la ciudad a ciertos lugares que están en el espacio privado. El paseo del fin de semana no es el parque, no es a un café, es al mall. Que también es un espacio privativo.
—El avance tanto más rápido del mercado versus ese más lento del Estado, que usted indica, ¿se da particularmente en Chile o es un fenómeno global?
—Global, que uno puede observar en muchas ciudades, pero con matices. Hay ciudades que han respetado mucho más su historia, su tradición, su identidad. Cuando uno conversa con la gente que viaja a Europa, por ejemplo, las anécdotas casi siempre están situadas en el espacio público. Nuestras experiencias nuestras con el espacio público están siendo cada vez más escasas. Basta con ver las noticias: siempre están asociadas a dramas o a su mal uso. Entonces, estamos en deuda con algo. Quizás es la celeridad con que se ha desarrollado el país desde el punto de vista económico en relación al desarrollo de las formas de vida y los cambios que se están produciendo.
—¿Cree que el concepto de espacio público ha adquirido una connotación negativa en Chile?
—Es una manifestación. Recuerdo cuando llegué a Concepción —yo no era de acá, era de Linares, una ciudad aún más chica. Estudié en Santiago, en la Universidad de Chile. Entonces tengo esas experiencias escalares—, todavía había vida pública muy rica. Todo ocurría en el centro urbano, habían cafés, paseos, la juventud se encontraba en esos lugares, como probablemente sucedía en Santiago en esa época, en los 70, 80. Eso se ha ido perdiendo. Hoy la gente se toma el café en el mall, no en el contacto con el espacio público. Yo te diría que el espacio público es un camino, un conector, pero no es un espacio al cual uno aspira a permanecer.
—Es más un espacio de flujo que de permanencia.
—Claro, y los espacios de permanencia empiezan a ser muchas veces asociados a sistemas productivos informales. Hay una deuda que tenemos, que no hemos repensado; ese uso está relacionado a la forma en cómo hemos abordado este modelo de desarrollo.
—Para terminar, ¿cuál quiere que sea su sello como consejero?
—Yo no aspiraría a tener un sello, porque creo que cuando uno habla de sello, inmediatamente empieza a priorizar ciertas acciones o comportamientos que hacen te quitan la capacidad de visualizar más integralmente las soluciones. Desde esa perspectiva, voy a intentar buscar aportar desde una mirada integradora, regionalista, intentando representar a aquellos que efectivamente están postergados.