Opinión

La Globalización, las ciudades y la pandemia

La Globalización, las ciudades y la pandemia

Opinión de Felix de Vicente, Consejero CNDU y Ex Ministro de Economía, fomento y turismo

04/08/2020

Desde que el comercio sustituyó a la agricultura como actividad principal en el mundo, comenzó el proceso de globalización. Primero entre ciudades, luego entre países y ahora hasta con el más aislado y recóndito lugar del planeta. Al comercio le siguió la industria, las finanzas y al último, la tecnología. Todo esto ha permitido, a casi todas las sociedades actuales, el mejor -sin duda alguna- estándar de vida, desde que el primer humano tuvo conciencia de su entorno.

En este camino, las ciudades han sido parte fundamental. El que mucha gente, de distintos estudios, habilidades y experiencias pudieran compartir su conocimiento, ha acelerado el crecimiento a niveles cada vez más sorprendentes. Quizá se hubiera logrado lo mismo viviendo en grupos más pequeños y aislados, pero sin duda habría tomado cientos de años -o quizá miles- el lograrlo.

La globalización, sin embargo, ha tenido sus frenos; Los desastres naturales y los no tanto, como las guerras. Las Pandemias también han sido parte de este proceso. Ha habido varias en la historia. Algunas catastróficas, como la peste negra, ocurrieron en los albores del crecimiento de las ciudades, y otras, como la gripe española, cuando ya eran una realidad consolidada. Ambas alcanzaron a todos y causaron, casi, la misma penetración y mortalidad.

Es por todo esto que augurar que el brote de este virus Corona -O, si prefiere, COVID 19- debe necesariamente hacer repensar el concepto de la ciudad, aparece como un poco exagerado. Casi alarmista. Es cierto, las grandes urbes son un sinónimo de densificación, y las enfermedades contagiosas tienen en ellas un perfecto hábitat. Pero buscar lo contrario trae aparejados otros quizá tan indeseables problemas como el que se pretende evitar. Por de pronto, el espacio, el vulgar metro cuadrado sería más escaso, más caro, más creador de guetos, etc. Y eso sin mencionar el aumento de infraestructura terrestre de comunicación -más petróleo, más calentamiento global, más centros de utilidad pública (Salud, energía, agua potable) con sus consiguientes profesionales, algunos de ellos ya bien escasos.

Es cierto, las pandemias son anti urbanas, pero no está tan claro que el refugiarse en sitios aislados permita escapar de ellas, hoy menos que nunca. El ambiente rural está más protegido de los contagios, pero tiene muchas menos herramientas para un buen tratamiento y más dificultades para proveerse de insumos básicos. Y reiterando lo inicial; las localidades pequeñas están cada vez más porosas y su aislamiento decrece día a día.

Otro punto a favor de las ciudades; Somos animales gregarios. Nos gusta vivir en comunidad. Florecemos en estas condiciones. Miremos el mundo y observemos a aquellos países cerrados, herméticos, que no conversan con el resto. ¿Se nos viene a la mente una imagen feliz? Para nada, en la totalidad de ellos veremos una sociedad aplastada y oprimida. Al final, los países son como la gente que los habita -o gobierna- pues mientras más convivencia y comunicación exista, mejores condiciones de vida se generan.

Hay muchos urbanistas para quienes la densificación es una meta y no el enemigo. Es el caso de los tan vilipendiados y en boga “Guetos Verticales”. No son los rascacielos un sinónimo de apretujamiento y vida miserable, como han pretendido algunos hacer creer. Si los son aquellos edificios mal construidos, con estándares deficientes de aislación, sin cantidad suficiente de ascensores y otros vicios producto de la mala regulación, pobre fiscalización y falta de ética de algunos inmobiliarios. Pero una ciudad como Nueva York, específicamente Manhattan, puede mostrar con orgullo su altísima densidad de población, sus enormes y elevadas construcciones               -amplias, bien construidas- que permiten destinar espacio a enormes parques y cientos de espacios públicos más pequeños, amén de amplias avenidas.

A finales del siglo XIX y principios del XX, otro tipo de pandemias asolaron nuestras ciudades. El Cólera, la Tuberculosis, el Tifus y otras menos famosas. A diferencia del virus actual, estas enfermedades tenían otra forma de propagarse; Las aguas servidas, los barrios marginales con aguas estancadas que propiciaban la multiplicación de los mosquitos y a través de ellos algunos males que perduran hasta hoy como el Cólera, el Dengue y la Fiebre Amarilla. En ese tiempo, fueron los ingenieros civiles quienes llegaron a rescatar las vetustas formas en que tratábamos los desechos; Nacieron las alcantarillas, la red de agua potable, y más recientemente, las plantas de tratamiento.

Es ahora el tiempo de que otros ingenieros y científicos tomen la posta, y ayuden a que las próximas calamidades -que sin duda volverán, en otra sigilosa y maligna forma- sean menos dañinas y permitan seguir viviendo juntos, pero no tan apretados. A las comunicaciones digitales que ya son una realidad, y tremenda ayuda en este aislamiento forzoso a que estamos sometidos, se le sumarán los robots, los comandos remotos de operación, la Inteligencia Artificial que resolverá los acertijos del crecimiento sustentable y, aunque suene a ciencia ficción, la teletransportación. Entre muchos otros inventos más.

La globalización no es reversible. Como tampoco lo son el concepto de vivir en densidad, en ciudades. Pero si es mejorable. Eso está en nuestras manos. En que seamos buenos ciudadanos y actuemos en pos del bien común.

Y aquí reside la mayor ironía; en lograr esto, cada uno está solo. Y actúa según su propia moral.