Opinión

La ciudad no es el problema, es la solución

La ciudad no es el problema, es la solución

Opinión de Pilar Goycoolea Ferrer, directora ejecutiva Fundación Urbanismo Social.

03/08/2019

*Las opiniones vertidas en este espacio son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten, y no representan necesariamente el pensamiento del Consejo Nacional de Desarrollo Urbano.

Las ciudades son el reflejo de nuestra sociedad. Las personas vamos construyendo nuestro territorio, y éste va transformando la forma en la que nos relacionamos y somos en él.

¿Pero qué pasa cuando nos olvidamos de las personas en su construcción? Pensar que el solo hecho de contar con mayor infraestructura o equipamiento puede solucionar problemas tan profundos como la segregación, la desigualdad o la integración social, es equivalente a banalizar la complejidad social, al punto de no hacernos cargo de la discriminación, la falta de reconocimiento, el maltrato o la dificultad de convivir; invisibilizando, de paso, a aquellos grupos que históricamente han sido excluidos, como es el caso de las mujeres.

Tal como lo refleja el PNUD en su informe Desiguales, “ahondar en el trato social implica dimensionar consecuencias y dinámicas donde la desigualdad se vive… Los malos tratos por motivos de clase social cristalizan el problema de la desigualdad en lo cotidiano, en especial en los sectores populares”. Si realmente tenemos la convicción de que queremos una ciudad más justa y con menos desigualdades,  entonces no podemos seguir reduciendo o simplificando la solución solo en el equipamiento urbano.

Como Urbanismo Social creemos que es urgente avanzar hacia otras formas de pensar y construir la ciudad, poniendo a las personas en el centro del desarrollo urbano y de las políticas públicas, donde el Estado y sector privado busquen una mayor cohesión social, propiciando una cultura de convivencia, reconocimiento y mayor justicia.

Pero es absurdo abordar la integración social sin considerar la relación entre las personas y las comunidades. No basta que las personas habiten en un mismo conjunto habitacional, barrio o compartan espacios públicos para lograr una convivencia armónica entre pares. Es fundamental que establezcan contacto, se vinculen, rompan los prejuicios y bajen sus barreras para reconocer la legitimidad del otro, entregando espacios para que las personas, en su diversidad, puedan involucrarse en proyectos comunes.

Por lo tanto, se requiere mayor prioridad en la inversión social de los procesos de desarrollo urbano. Que se reconozca ésta como una apuesta técnica, social y política que debe acompañar el diseño y construcción de la infraestructura —antes, durante y después de su entrega— con recursos y apoyo suficiente para darle sostenibilidad a las obras físicas en el tiempo, para que así las ciudades sean un reflejo de cómo las personas las gestionan, administran, usan y cuidan.

Pero trabajar con las personas para la sostenibilidad social implica necesariamente reconocer las diferencias entre ellas, y hacer que sus necesidades se vean plasmadas en cualquier proyecto urbano. Por lo mismo, es un error pensar en hacer infraestructura “igualitaria” para todos, pues las vivencias y experiencias de cada grupo humano son diferentes, y esas especificidades deben ser consideradas cuando pensamos, planificamos y construimos nuestras ciudades.

Tenemos claro entonces, que los proyectos urbanos o las intervenciones físicas son también un medio para detonar un proceso social. Esto, principalmente, porque da la posibilidad de convocar a distintos actores de un territorio para construir un proyecto común, promoviendo la regeneración de vínculos, la construcción de confianzas y capital social.

Durante las últimas décadas, y pese a que como país hemos avanzado en calidad y cantidad de equipamiento e infraestructura, la inversión y gestión social que se requiere para lograr sostenibilidad y cohesión social ha sido prácticamente nula. De hecho, no supera el 1%, pese a que la organización social y los vínculos son el principal motor de desarrollo y sostenibilidad de estos. No hemos logrado entender, que el solo acto de invertir en infraestructura ya no es suficiente.

Hoy se hace urgente y necesario invertir en una cultura del buen trato, donde prime la convivencia humana. Si no avanzamos en esta línea, corremos el riesgo de quizás construir ciudades físicamente más justas, pero no necesariamente más integradas, cohesionadas y felices.