El Covid-19 ha puesto en jaque la esencia de la ciudad, que es aglomerar a muchas de personas en un espacio muy reducido en relación al territorio nacional. El alto contagio del virus ha obligado a paralizar áreas metropolitanas y capitales regionales para evitar el contacto de personas. Este shock en los hábitos de vida podría generar cambios importantes en el desarrollo urbano futuro.
Un caso es el impacto del teletrabajo, y su efecto en la dispersión de los empleos. Muchos expertos apuestan a que este fenómeno se consolidará, reduciendo la gravitación del centro metropolitano y la congestión vehicular. Yo no estoy tan seguro, y casi lo daría por descartado. Los software para hacer reuniones desde la casa, benefician a un número muy limitado de trabajadores e incluso para ellos, será clave llenar su agenda de reuniones presenciales cuando termine la pandemia. No se quedarán en su casa por que los beneficios de la aglomeración, y de la interacción social cara a cara, son mucho más potentes que estar conectado desde el living escuchando niños o vecinos jugar.
Menos probable es que se reduzca la congestión. Esto ya se anticipó cuando se masificó la Internet y ocurrió exactamente lo contrario. El tiempo que ahorraron las personas, lo destinaron a viajar más y el uso del automóvil se masificó en las capas medias de la población y los asalariados, que son los mismos que no se benefician tanto del teletrabajo. De hecho un efecto no deseado de la pandemía, será aumentar el uso del automóvil incluso cuando se vaya soltando la cuarentena, ya que será más seguro que viajar con cinco personas por metro cuadrado en un carro de Metro.
Otra hipótesis futurista anticipa la muerte definitiva del comercio tradicional, que ya venía cayendo en transacciones por el auge de las ventas en línea. Acá es inevitable recordar el video que viralizó Amazon con su nave nodriza soltando miles de drones para llevar los productos a tu casa, aunque nunca mostró como ni donde aterrizarían para atender los hogares que viven en departamentos. Pero incluso desarrollando esa tecnología, es poco probable que el comercio presencial se muera o se llene de tiendas vacías. Muchas quebrarán por la baja de las ventas, pero estos locales volverán a ocuparse gracias a los flujos de paso o la población flotante que compra en horarios de colación o después de la pega y que seguirá llenando los centros.
Esto no quiere decir que no habrá caídos. Los malls son los más amenazados, especialmente en cadenas que no tienen supermercados para compensar ventas cercanas a cero por tres meses, lo que puede liquidar a cualquier compañía. En este caso es más difícil reponer locales vacantes, así que las empresas deberán diversificar su oferta como ha ocurrido con los caracoles y las galerías que se llenaron de peluquerías, centros de belleza, consultas médicos, oficinas y bodegas. Además los malls deberán hacer esfuerzos importantes para que la experiencia de compra sea un panorama entretenido para las familias.
Pero el verdadero cambio vendrá en la vivienda, como ha ocurrido luego de todas las plagas que han azotado a las ciudades. Es muy probable que los focos de contagio se masifiquen en torres y bloques de vivienda social, lo que obligará a regular tamaños mínimos de superficie habitable, además de aspectos como la ventilación y el asoleamiento. El principal castigo vendrá de las personas que han debido pasar la cuarentena encerrados en 20 metros cuadrados, casi sin luz natural y mirando otro edificio a pocos metros de distancia. Si son arrendatarios se moverán en masa hacia recintos más amplios, aunque ello implique sacrificar proximidad, lo que debiera elevar la vacancia de cientos de edificios de departamentos destinados a la renta.
Este factor, sumando al fuerte encarecimiento en los precios de la vivienda, podría cambiar la tendencia de crecimiento urbano quebrando la densificación o Infilling, para privilegiar, nuevamente, la ciudad jardín y el suburbio. Los arquitectos y urbanistas deberemos jugar un rol importante para conducir este proceso, procurando que nuestros proyectos incluyan viviendas para segmentos vulnerables o de clase media, pero con tamaños dignos que permitan sentirse en casa y no viviendo hacinados en un closet, que será el peor recuerdo que tendrán miles de hogares chilenos luego de esta pandemia.