*Las opiniones vertidas en este espacio son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten, y no representan necesariamente el pensamiento del Consejo Nacional de Desarrollo Urbano.
Duele decirlo, pero muy probablemente los inmobiliarios somos percibidos más como destructores que como desarrolladores de la ciudad. Y aunque las generalizaciones siempre son injustas, existen razones para fundar dicha opinión: desarrollos que revientan la norma y buscan maximizar la constructibilidad sin considerar el entorno y el espacio público donde se insertan, problemas en las comunidades de los proyectos, casas isla, destrucción de barrios patrimoniales y construcciones derechamente reñidas con la estética, son algunos de los ejemplos que no hacen más que alimentar el malestar de la sociedad civil y de los gobiernos locales hacia las inmobiliarias. Ahora bien, afortunadamente cada vez hay menos espacio para las malas prácticas. Cambiaron los estándares. Nuestra sociedad, que durante los últimos años modernizó significativamente su escala de valores, ya no acepta el desarrollo inmobiliario a cualquier costo. Lo que antes se entendía –y se aceptaba- como las externalidades negativas propias del proceso de densificación de la ciudad, hoy se entienden como un golpe que pone en entredicho la legitimidad del negocio inmobiliario y un atentado a la justa convivencia que se debiera dar entre los actores que intervienen en el desarrollo urbano.
Desde una perspectiva económica, social y urbana, la densificación sustentable y equilibrada de la ciudad parece ser beneficiosa para la sociedad como un todo. La ciudad densa es un lugar de encuentro y oportunidades, de interacción y múltiples intercambios, que favorece la colaboración, la innovación, la división del trabajo, una mayor productividad y mejor competitividad global. Así también, la densificación equilibrada fortalece el acceso a la vivienda mejor localizada a la fortalecida clase media de nuestro país que durante los últimos 15 años ha demostrado que quiere vivir céntricamente. Una ciudad exitosa e inclusiva es una ciudad densa. Abogar por limitar la densificación, congelando la ciudad y restringiendo la oferta, solo aumenta el costo de vivir en ella además de reproducir la segregación dentro de la ciudad. Por otra parte, la densificación equilibrada hace posible que más ciudadanos puedan acceder a la infraestructura pública que la ciudad acumuló a través de los años. No parece justo que las inversiones de metro y áreas verdes sean solo privilegio de unos pocos que hoy pueden vivir céntricamente. Finalmente, toda persona que crea que el calentamiento global es un peligro real debería tener presente que la densidad de la vida urbana forma parte de la solución. Una densidad menor se traduce inevitablemente en viajes más largos, más tráfico y mayor consumo de energía.
Las pulsiones de la nueva sociedad apuntan hacia un “hacer ciudad” en donde los privados sean realmente un aporte para el desarrollo urbano. La densificación de la ciudad es deseable pero no a cualquier costo. Si realmente queremos dejar de ser entendidos como destructores de ciudad y comenzar a ser percibidos como desarrolladores de ciudad, debemos aprender a densificar equilibradamente.